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lleza de la hermosa desconocida. No se oia mas qne un sordo murmullo de admiracion: «¡Es encantadora! ¡es hechicera! ¡es lindísima»

El rey mismo, á pesar de su edad provecta, no cesaba de mirarla, y decia por lo bajo á la reina que no se acordaba de haber visto en mucho tiempo una jóven tan amable y tan preciosa.

Todas las damas estaban examinando atentamente su tocado y su traje, para ponerse al dia siguiente otro parecido, dado que tuviesen la suerte de encontrar telas tan ricas y manos tan hábiles como se requerian. El hijo del rey la colocó en el lugar preferente, y en seguida la sacó á bailar. Bailó con nna gracia tan extremada, que fué creciendo de punto la general admiracion. Sirvióse luego una cena magnífica, pero el jóven príncipe no cató un bocado. ¡Tan embebido estaba contemplando á la hermosa desconocida! Ella fué á sentarse al lado de sus hermanas y les hizo mil cumplimientos: ofrecióles parte de las naranjas y limones que el hijo del rey le habia dado: lo cual no dejó de causarles sorpresa, porque no la conocian. En aquella sazon dieron las doce ménos cuarto, y la Cenicienta al momento saludó á todos y desapareció. No bien llegó á casa, sin perder tiempo fué á ver á su madrina, y despues de darle las gracias manifestóle vivísimos deseos de volver al baile al dia siguiente, porque el hijo del rey se lo habia encarecidamente suplicado. En el entretanto que á su madrina estaba contando todo lo ocnrrido en el baile, llamaron á la puerta las dos hermanas, y la Cenicienta fué á abrir.

—¡Cuánto habeis tardado! les dijo bostezando, res-