tregándose los ojos y desperezándose como si acabara de despertarse. No obstante, desde que no se habian visto, malditas las ganas de dormir que habia tenido.
—Si hubieses venido al baile, le dijo una de la hermanas, yo te aseguro que no te habrias fastidiado: ha estado en él la más hermosa princesa que vió nacer el sol; nos ha hecho muchísimos cumplimientos, y nos ha dado naranjas y limones.
La Cenicienta no cabia de gozo: preguntóles cómo se llamaba la princesa; á lo que contestaron que nadie la conocia, que el hijo del rey lo sentia en el alma, y que daria la vida por saber su nombre. Sonrióse la Cenicienta, y les dijo:
—¡Tan hermosa es! ¡Ay Dios! ¡qué dichosas son ustedes! ¿Cómo haria yo para verla? Señorita, présteme V. el vestido amarillo que lleva V. todos los dias.
—Por supuesto, dijo la señorita. ¡Vaya! ¡Bueno fuera que yo prestase ahora mi vestido á una ruin Culicenicienta como esa! ¡Tendria que ver! Sería preciso haber perdido la chaveta.
Bien sabida se tenia la Cenicienta semejante contestacion, y no le pesó por cierto, porque muy apurada se habria visto, si á su hermana se le hubiese antojado prestarle el vestido.
Al dia siguiente las dos hermanas fuéron al baile, y la Cenicienta tambien, pero mucho más elegante y ricamente ataviada que la vez primera. El hijo del rey no se apartó un solo instante de su lado, ni se cansaba de echarle piropos. No debia de tomarlo tan á mal la señorita, cuando se le pasó por alto lo que tanto le habia