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de la tierra. Por tal idea dominado hizo el propósito de permanecer soltero, con gran disgusto de sus súbditos, quienes, por lo demás, estaban de él muy contentos, pues empleaba la mañana en el despacho de los negocios del Estado, procurando administrar recta justicia, amparar á los débiles, á las viudas y á los huérfanos y disminuir los impuestos. La tarde la dedicaba á la caza. Temerosos sus súbditos de que al morir tan buen príncipe no hubiese quien lo sucediera en el trono, resolvieron enviarle una diputación para suplicarle que se casara. Buscóse el mejor de los oradores para que pronunciara el discurso. El elegido pasó muchos días estudiando lo que había de decir al príncipe, y, por último, le soltó la arenga delante de los comisionados, pronunciándola con aire grave y diciéndole, en resumen, que la felicidad del Estado exigía que contrajera matrimonio. El príncipe contestó: -Vuestras palabras patentizan vuestro afecto, y deseo complaceros, pero debéis tener presente que el matrimonio es asunto delicado, pues muchas jóvenes, modestas, pudorosas y buenas al lado de sus padres, se transforman una vez casadas, y se convierten en malas cualidades las que ántes eran excelentes. La cándida se trueca con coqueta, la prudente el alborotadora, la que era alegría de su casa en infierno de la del marido; la económica en derrochadora, la modesta en imperiosa, y la que no osaba levantar la voz en el hogar paterno, quiere mandar en absoluto en el del esposo. Me espantan tales defectos; pero como quiero contentaros, buscad una