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mage ralo, semblante ceñudo, y una nube en el ojo izquierdo que le daba una mirada de espectro. Sostenido sobre una pata tenia la cabeza inclinada, y con el ojo que le quedaba estaba examinando un diagrama que se veía trazado en el suelo.

Llegóse á él el príncipe con todo el respeto que su alta reputacion y venerable aspecto debian naturalmente inspirarle: «Perdonadme, le dijo, respetable y sapientísimo cuervo, si me atrevo á distraeros por un instante de los estudios con que teneis admirado al mundo entero. Veis en vuestra presencia á un amante que desea vivamente le indiqueis los medios de que podrá valerse para lograr el objeto de su amor.

—En otros términos, contestó el