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y tocó algunas tonadas árabes que habia aprendido de sus criados en el Generalife. La princesa permaneció insensible, y los médicos que se hallaban allí meneaban la cabeza y se sonreían con semblante de incredulidad y menosprecio. En fin, el príncipe dejó el caramillo, y se puso á cantar los versos que envió á la princesa declarándola su amor.

La hermosa doncella reconoció al momento las estancias, apoderóse de su corazon una alegria repentina, levantó la cabeza, escuchó; arrasáronse de lágrimas sus ojos, palpitaba su seno, y tiñósele de púrpura el semblante. Bien hubiera pedido que hiciesen entrar al músico; pero el tímido pudor de una vírgen no la dejaba hablar. Comprendió el rey su deseo, y mandó al momento que