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HORACIO QUIROGA

un salto de sorpresa.—¿Desaparecer sin salir de aquí?

—Sin salir de aquí.

—Y sin esconderte en la tierra?

—Sin esconderme en la tierra.

—¡Pues bien, hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida —dijo la culebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna, y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

—Ahora me toca a mí, señora Culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando yo diga "tres", búsqueme por todas partes ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente: "uno..., dos... tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miro arriba, abajo, a los lados, recorrió los rincones, la