Cuentos grises 43
Al través de las vidrieras vio una lujosa mesa guarnecida de señoras y caballeros: en el sitio de honor una bellísima joven vestida de blanco y coronada de azahares bajaba los ojos ruborizada y sonriente, mientras a su lado un apuesto mancebo murmuraba a su oído palabras de amor.
Y la moribunda pensó enajenada que toda aquella felicidad era obra suya, que su misión estaba cumplida, y que el cielo la había otorgado la recompensa debida a su heroica abnegación...
Y mientras en la sala continuaba el alegre concierto de la música y las risas, fuera la llovizna seguía cayendo, cayendo fría como el olvido y despiadada como el egoísmo.
A la mañana siguiente se encontró sobre la hierba de la plaza el cadáver de la Tía Mónica. Su rostro reflejaba aún en una inefable sonrisa la encantadora visión que tuvo al partir de este mundo.