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Cuentos grise 61

salió de la ciudad sin rumbo fijo: deseaba refrescar su frente con el aire del campo y distraer su espíritu para olvidar el pensamiento que le atormentaba. Volvió a la hora de comer, entró con paso rápido en la sala, abrió la gaveta de su mesa y no pudo contener una exclamación. La cajita de laca había desaparecido.

«¡Enrique! ¡Enrique!» gritó. Acudió el niño y al ver a su abuelo delante de la gaveta vacía, palideció, tembló y se echó a llorar desconsoladamente. Tú sacaste de aquí el silbato que te había prohibido tocar ¿verdad? –dijo el marino con severidad.

—¡Perdón, abuelito, perdón! Te lo voy a contar todo... todo...—balbuceó Enrique---. Anoche desperté... y vi en la sala al papá de Jorge... Y oí que te pedía ese pito de plata... porque si no... mi amiguito se moría. Cuando me levanté estaba la gaveta abierta y...

Los sollozos del niño redoblaron.

—Sigue –murmuró Chano, pálido como la cera. –Sí, cogí la caja... corrí... El papá estaba en la puerta con otro señor... Me despachó enojado; pero le dije a lo que iba y le di la caja... Entonces me besó, me abrazó; lloraba y se reía; quiso darme mucha plata y no quise recibirla... ¡Qué contento estará Jorge!.. ¿Por qué fuiste tan malo anoche, abuelito?

Chano no pudo proferir palabra, embargado por las más intensa de las emociones. Sentó al