60 Carlos Gagini
plata con que curó usted a los dos artesanos... Daré por él todo lo que poseo... Pediré limosna... ¡Sálvelo, por Dios!...
Chano avanzó dos pasos hacia su interlocutor, que se había dejado caer sobre una silla. Su rostro hasta entonces impasible como el de una esfinge, adquirió de pronto una expresión de placer feroz, de saña satisfecha. «Hace años —dijo lentamente, vivía en Puntarenas un pescador feliz con el amor de su mujer y de su hija. Un infame sin conciencia sedujo a la joven... La madre murió de pesar y de vergüenza; la hija murió de hambre, dejando un niño abandonado... Ese niño —continuó Chano señalando la alcoba— duerme ahora allí, mientras su abuelo saborea su venganza, devolviendo al miserable todo el mal que hizo».
L... retrocedió anonadado, mudo; pero luego se repuso y gritó desesperadamente: «Sí, yo soy criminal... Máteme usted, es justo. Aquí estoy... No me defenderé. ¡Pero mi hijo es inocente!... ¿Qué mal le ha hecho a usted?»
A estas vehementes frases respondió Chano con una calma que enfriaba la sangre en las venas: «Yo no necesito ni sus riquezas ni su vida; salga usted de aquí». Y asiendo al infeliz millonario de un brazo, le echó a la calle y cerró con llave la puerta.
Aniquilado por una noche de insomnio y de fiebre se levantó Chano antes del amanecer y