Cuentos grises 67
como un pistilo encarnado en el centro de una azucena. Era la señora Meneses, la bella e infortunada Amelia. Sentado en, el borde de la cama, su marido sollozaba con el rostro oculto entre las manos.
— ¿Un asesinato? —murmuré dirigiéndome a uno de los detectives que hablaban con Marcial.
—Probablemente un suicidio —me contestó señalando el cadáver. Entonces reparé que la señora tenía la mano derecha en la empuñadura de la daga, como si se hubiese arrojado sobre ella. Marcial nada dijo, pero se puso a examinar detenidamente la alfombra, los balcones y por último el lecho, cuando por orden del Juez fué removido el cadáver para proceder al dictamen médico legal. Las ropas de la señora Meneses yacían en un sofá: uno de los inspectores registró los bolsillos de la bata y lanzó una exclamación de sorpresa al leer un papel azul que encontró en ellos. Sin hablar palabra nos lo mostró. Decía así: «Tu negativa a tener conmigo una entrevista me va a inducir a algo terrible. Estoy desesperado. Si no accedes, tú sola serás responsable de lo que suceda. D.T.»
Nos miramos consternados: el inspector dió una orden al policial que custodiaba la puerta éste salió precipitadamente. Fácil era adivinar donde se dirigía: iba a arrestar a Daniel Téllez, presunto autor de un crimen pasional.
Un registro minucioso de la habitación no dió nueva luz sobre el asunto; la señora guardaba