ver Angeles que desde muchos palcos se le asestaban gemelos, brillando delante de los ojos de mujeres elegantísimas. También los del Veloz la enfocaban como una batería formidable, los de aquellos señores calvos de blanquísima pechera, los del húsar, arrogante, con su rubio bigote a la borgoñona y su pelliza de cordones de oro...
Angeles, roja de emoción, ahogándose en el ruido de aquel aplaudir frenético, resonante en su oído como una granizada de perlas, con la nariz por la delicia dilatada en su carilla ideal de caprichosa, sintió un vacío en las sienes cuando bajo el telón, a medio levantar, apareció un cómico y le arrojó al palco, a modo de homenaje, el nombre de su novio — lo cual arreció la tormenta de entusiasmo con un griterío imperativo y tremendo de: "¡El autor! ¡el autor! ¡Que salga!" La prima Berta la contemplaba con envidia...
"¡Que salga! ¡que salga!"
Volvieron a brillar sobre el telón las luces del proscenio, y empezó aquél a subir lentamente. La escena apareció desierta, deslumbradora. ¡Oh, iba a verle allí, en la apoteosis de la multitud electrizada, en la claridad de gloria de las luces invisibles de las bambalinas, ofreciendo la ovación con enamorada sonrisa! ¡Cuánto le quería!
La dama, aquella actriz rubia y espléndida,