del Sardinero. Una crónica melosa, con su nombre entre flores; un deseo de pagar en sonrisas al corresponsal; un afán de monopolizar sus elogios en letras de molde, y a los ocho días, sin saber cómo, se encontró novia de Ricardo, a pesar de sus corbatas arcaicas y de su figurilla insignificante. Pero le quería, le quería, sobre todo desde que el papá de Angeles, fundándose en la precaria situación del joven, se opuso a las relaciones.
¡Ah! Pero este estreno, esta victoria, que cada vez más claro advertíase en la ansiedad del público, ganaba también al padre de la novia, que aplaudía con cariñoso entusiasmo, como si estuviera presenciando allí el azar que haría entrar a Ricardo en su familia. El mismo había deseado asistir con su hija, porque tanto habían dicho del drama los periódicos, que empezó a sospechar que su autor fuese, no sólo un hombre de talento, sino de porvenir.
Un frenético "¡bien!" y un palmoteo que convirtió instantáneamente el público entero en tempestad cerrada de aplausos y aclamaciones, volvió a Angeles de su ensimismamiento. El telón caía. "¡Bravo! ¡Bravo!" se oía gritar; y entre las voces trémulas que pedían al autor y el nutrido resonar de las palmadas, que daban al teatro una apariencia extraña de manos que se movían por todas partes, pudo