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Cuentos Ingenuos — 121

Riva con una calma y un ritmo que recordaban el paso del buey. Y observando a su mujer y al pintor, distraídos bajo la seducción vaporosa del champagne y de la espiritual chachara que él había escuchado antes como un extraño, proseguía: —Mas a buen seguro que si no entiendo de esas monadas que compro para adornar mi palacio— o (con el ademán parecía incluir como un cuadro un bibelot más a la bella marquesa) — tampoco Rangel sabrá mucho de los negocios ni de los ferrocarriles, en que viaja repantigadamente... ¡Cada cosa tiene sus méritos... y sus misterios, que sólo Dios puede conocer en todasl

En seguida dirigióse a un criado que traía el juego para el café:

— No, Gaspar. En mi despacho. ¿Has prendido la chimenea?

Salió el criado haciendo un gesto de confidencia, y manifestó el banquero que servían el café en su despacho para que apreciaran la buena colocación que por sí propio había dado a la gran obra de arte.

Y derecho invitándoles a salir, mientras su mujer y el pintor se miraban presintiendo alguna nueva necedad artística del hombre de negocios, añadió:

— ¡Ah! ¡Se trata de mi hermosa chimenea con arco de roble, tallado por Seriño!