Presenciaron un espectáculo extraño en él despacho.
— ¡Vaya si lo entendía! ¿Qué se figuraban los dos?... ¿No era un lienzo decorativo? ¿No representaba un diablo más o menos bonito?... Pues ¡su pensamiento! en ningún sitio mejor que llenando el gran fondo de su chimenea antigua, con el fuego en los mismísimos pies del mal arcángel.
Lo primero que vio Rangel fué su panneau llenando el hueco negro de la chimenea. Tocando al lienzo ardían los trozos secos de pino, y las llamas y el humo habían obscurecido la pintura, levantada hasta la rodilla del ángel.
La Riva, cruzado de brazos, con una sonrisa de agrado como quien espera un pláceme, contemplaba al pintor, cuyos labios temblaban.
Esta vez se lo dijo el artista:
— ¡Imbécil! ¡Imbécil!
Con toda su alma, con toda su rabia, y comprendiendo la situación, salió como un loco.
— ¿Qué significa esto? — preguntaba Jacinta irguiéndose frente a su marido.
— Esto significa que le acabo de probar a un infeliz, prácticamente, cómo yo sé hacer las cosas; que si él tiene orgullo de su fantasía para pintar, yo tengo el orgullo de mi