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Cuentos Ingenuos — 139

Todavía tres docenas de palabras entre cumplidos y seguridades acerca de que la enferma tenía sano el corazón y el pecho, y concluyó la consulta.

Yo salí alborotadamente en cuanto se cerró la puerta.

— ¡Bendita carrera, chico, que te permite contemplar tales encantos!

Y contra lo que esperaba, contestó indignado el médico:

— ¡No! ¡Maldita carrera, que me obliga a contemplar tales miserias! ¡Esa divina criatura morirá tísica antes que su novio ascienda!... Yo he podido decirle a la madre: "Imbécil, tu hija no tiene falta de vida, sino vida que le sobra, que la abrasa, que la ahoga una y mil veces desde los quince años, agitándola enloquecida de ansia de amor, al volver del baile a su lecho solitario de odiosa virgen, contemplando su hermosura inútil... mientras que el novio que la enciende, va a concluir la noche encima de alguna prostituta." Y ya lo ves: hierro, gotas de hierro, y cobrar diez duros: porque si yo les diese la verdadera receta, a las madres, para estas pobres vírgenes... y mártires, ya hace tiempo que pasaría por un loco sinvergüenza y no vendría nadie a mi consulta. ¡Oh, qué farsa es la vida!


FIN