chiquilla completa, que no se separaría de sus padres por nada del mundo, y que prefiere su casa y su piano y su espejo a todo. Su novio es un trasto, como ella: un chico de veinticuatro años, que tardará cuatro o seis en llegar a capitán, siquiera. Sería locura pensarlo.
— Sin embargo, puede que su hija, por respeto...
— ¡Oh, no, no! — interrumpía testaruda la madre —. Sobre esto, doctor, quede tranquilo. ¡Nada influye en la enfermedad, que, por el contrario, sería ahora un obstáculo más para la boda. Habrá que pensar primero en cuidarse. Mi hija, y su novio igualmente, están demasiado hechos a las comodidades de sus casas para tomar otra que no podría ser, hoy por hoy, un palacio, con treinta y siete duros al mes...
Por segunda vez advertí en mi amigo una sonrisa, más francamente amarga al alejarse de las damas.
Entregó luego una receta, diciendo displicente:
— Se trata de un padecimiento funcional, de puro desequilibrio nervioso. Anemia... Quince gotas de ese elixir en cada comida, ejercicio, aire libre... pero nada de campo ni de aislamiento para esta señorita: sería peor... y... a su edad no hay inconveniente alguno en casarla, señora.