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50 — Felipe Trigo

entre los pinares, la pequeña y elegante villa de su novia. La rodeaba un jardín.

Le parecía tan bello este retiro de Salinas, esta colonia sin pueblo, sin calles, de arboledas y fondas y rústicos hoteles nada más, que habría querido vivir en ella siempre, con su Ladi.

— ¡Con mi Ladi! —murmuró en los labios... para afirmarle la indudable realidad a algo de él propio que aún no la creía.

Inmediatamente sacó su carnet de periodista y apuntó, como para consagrarla, la fecha de una realidad tan venturosa: 27 de agosto de 1907.

Deploró en seguida la brevedad del mes que les quedaba apenas en este dulce paraíso.

Y volviendo a ponerse de pecho en la ventana, le complació recordar la serie de rivalidades mudas, de casi odios un momento, que les había lanzado a un destino de feliz eternidad..., porque si la viva y aún impaciente aspiración de toda novia es casarse, claro es que no había de quedar la boda por él.

«No, no por ambición..., y bien lo sabes TÚ — sonrióse en confesión al Dios del cielo, en quien hoy creía —, sino por dignidad de aristocracias: la de su estirpe y la de mi corazón y de mi frente, la de su belleza y la de mi ensueño!»

Hecha esta depuración de sus ansias, púsose a evocar aquellas rivalidades del principio. Al día siguiente de llegar, se las encontró aquí, en Salinas, inesperadamente; y lo sintió: él las