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La de los ojos color de uva — 55

a que desde hoy..., han pasado a más. ¡No!, ¿sabe? ¡No se inquiete!...; ella lo niega también, ¡qué caramba!...; pero cuando usted la dejó viniéndose a casa sin saber que ellas desde la suya volvieron al nada a Suiza..., ¿o es que le prohibió a usted concurrir por Lorenza?... Cuando volvió...

— Pero..., ¿qué Lorenza ni qué diablo de visiones cuenta usted?...

— ¡Caracoles, amigo Ricardo, que se las trae usted... y nada es tran extraño que le haya hecho tener celos a la chica..., o a las chicas!... Bueno, pues decía que se volvieron a Suiza y que allí tuvo Ladi un aparte con León..., tan triste, el aparte, ¡vive Dios!... que más triste León, todavía, se nos larga esta misma tarde a Madrid o al infierno!

Ricardo se quedó suspenso, con los ojos muy abiertos, la cuchara en el aire.

— ¿Se va León?

— ¡Se va! Mejor dicho, se habrá ido a estas horas... ¡León vencido y... con la cola entre las piernas!

Estuvo Ricardo a punto de confidenciarse plenamente con Román. Aquella fuga del aparatoso y elegante pretendiente chasqueado dábale la gran medida del cariño de su Ladi. León Rivalta, que usaba a todo trapo coronas de vizconde en los gemelos, en el medallón del reloj, decíase aquí que estaba arruinado...; pero Ricardo sabía a