Al poco estaban las dos primas en el Suiza, donde las esperaban los demás.
Pusiéronse en marcha. De señoras de respeto iban dos o tres mamas provincianas. Días antes habían ido todos a ver una mina de carbón, sin atreverse nadie a descender por la boca, de cuyo fondo partía una galería que se internaba bajo el mar un kilómetro. Hoy se trataba de llegar a San Juan de Nieva, recorriendo a pie, por la arena, la inmensa herradura de la playa.
Les parecía que estaba al pie San Juan, según desde Salinas lo veían gris y envuelto entre sus brumas — con ese engañoso espejismo de distancias del mar y las llanuras.
No mucho después iban cansadas las muchachas; las señoras, hartas de coger algas y conchas y de mojarse en las olas los pies. Si se apartaban del agua, peor, retrasado siempre en la seca arena medio paso. Y hubo quien le dijo un chiste al joven de Palencia, que llevaba del brazo a la bellísima de Valladolid, soportando un poco