máquinas de guerra, se habrían reído, como al oír que, para que viajasen y se hablasen las gentes, se ceñiría por todas partes la tierra de redes de rieles y de alambres, igual que una pelota.
La comida se sirvió en una glorieta de los jardines inmensos poblados de ruiseñores. En la mesa, que esperaba llena de cristalería de rosas y de champaña, cada cual tenía su puesto de antemanó. A Ricardo se le había señalado el suyo inmediatamente junto al coronel, pero el burdeos del comienzo, el chablis de los pescados y el champaña de los postres le fueron poco a poco despertando a las dulzuras del amor y de la vida. No le miraban los ojos de color de uva..., y aun habían acabado de olvidarle los de Cristina, también muy alegre entre los galantes artilleros. En cambio, seguían hablándole a él los viejos de pólvoras y de granadas.
Después del café el general y el senador, en compañía del coronel y del segundo jefe y dos comandantes, se llevaron a Ricardo. Iban a ver nuevamente ciertos detalles del rayado de obús. Y en seguida, como en la prisa no habían visitado el machón del río ni los talleres de proyectiles, situados al otro extremo de la fábrica grandiosa, subieron nuevamente en la jardinera y partieron...
Quedaban aquí, con la plena alegría del banquete, las señoras y los jóvenes. Ladi no había notado siquiera la ausencia del novio. Nita