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90 — Felipe Trigo

de escritor. Eran altísimos derechos del corazón y del talento,

Pero... uno que entró en la fonda le infundió desaliento repentino. Era León Rivalta..., y un León Rivalta, además, elegantísimo, elegantísimo..., ¡tan diferente en su elegancia de invierno de aquel otro de la playa!... Traía un soberano gabán de pieles, «sin trampa ni cartón»..., de negras pieles, que se le vieron todo por dentro al desabrocharse y sentarse en otra mesa... ¿A qué venía?... En la corbata, de un rojo marrón en seda cara, lucía un brillante colosal... Y el pobre periodista contempló su gabancete de jerga y su traje de invierno del Águila, harto maltratado por la temporada anterior..., y se abochornó de la comparación que Ladi pudiera establecer viéndolos juntos.

Y... ¿a qué venía éste?

Ni se detuvo a averiguarlo, ante el terror lamentable impuesto a su corazón por la comparación de la viajera... Llamó, pagó y, aprovechando la fortuna de estar el otro distraído con un periódico, se escurrió de la fonda hacia el andén.

Tenía frío, aun levantado el cuello de su miserable gabancete. Se miró en los cristales de una puerta, y deploró el descuido en que se vino a la estación. Con la cara estirajada y sucia de una noche de desvelo..., se parecía un cesante o un enfermo escapado del hospital..., ¡una figurilla ridícula, en suma! Otras señoras, otros