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La de los ojos color de uva — 103

Fué todo esto lo primero que compró, tomando un coche, y en seguida las botas y el sombrero. Transportados los paquetes al interior del carruaje, se fué a ver a su casi elegante compañero Rodríguez Alcalá para que le llevase a su sastre y le garantizase en los plazos. Le tomaron las medidas. Paño excelente, y el terno, veinticinco duros. En el trayecto, de regreso, mirándose más viejo el pantalón sobre las botas nuevas, que se había dejado puestas al probárselas, reparó contento en que era de su porte y de su talle Rodríguez... Le dijo que tenía que interviuvar a un ministro, y le pidió prestado un pantalón... «¡Sí, hombre, ya lo creo, y una chaqueta!» Subieron. Se los probó. Se quedó con ellos. El pantalón le estaba algo largo y ancho de cintura. La chaqueta, exacta.

— ¡Hombre, y pélate un poco, y te afeitas! — le despidió el amigó —. ¡ Ya sabes que es un goma y muy ridículo ese ministro de Fomento!

Agradecido, Ricardo se fué a una barbería. Le dejaron como nuevo. ¡Si supiera Rodríguez Alcalá qué ministro le esperaba! Y aún a las cinco de la tarde, sin haber comido, en tal faena, recordó otro detalle de importancia... Seguramente tenía sucios los pies y el pecho no muy limpio... en el descuido de su vida de tjabajo. Se fué en el coche a una casa de baños. Sí, por si acaso, aunque no se tendría que quitar los calcetines.