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108 — Felipe Trigo

revólver, por si acaso, se tranquilizó en seguida; la escena con el papá enfurecido ante el robo de su honra... iría a ser de lágrimas y de súplicas filiales antes que de tragedia...; acabó su ragout hasta la última sopa de salsa — había que ir al amor con fuerzas —, tomó a escape su helado y su té y cruzó Fornos, saludando desde largo a unos amigos.

Un coche... ¡Qué diablo: a lo príncipe en la aventura principesca! ¡Si supieran los amigos adonde iba! ¡Si supiera Rodríguez Alcalá adonde llevaba él su pantalón!

Llegó con un cuarto de hora de adelanto.

Nadie..., en el barrio, en la calle. Dormía el hotel.

La ventana que iba a ser su entrada al cielo..., ¡ oh, cómo temblaba Ricardo!, estaba tan cerrada como las demás. ¡Se moriría si Ladi no hubiese encontrado la llave!... Acercándose, advirtió un detalle que le entró en el corazón como la primera puñalada de la dicha... (puñalada..., ¡porque era todo esto demasiado cruel y demasiado fuerte!): las hojas de hierro de la reja, en la parte alta, estaban, no sólo con la cerradura abierta ya, sino un poco apartadas una de otra, hacia afuera, indudablemente para evitar ruidosos desenganches... La tocó, tendiendo el brazo, por convencerse más, y pudo notar todavía que giraba en discretísimo silencio, cual si tuviese los goznes