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Página:Cuentos ingenuos.djvu/249

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La de los ojos color de uva — 109

engrasados... Esto le rectificó presentimientos.

«No le importaría a Ladi la sorpresa de sus padres, y hasta la provocaría, quizá, en otras noches...; pero en ésta sólo había pensado en el amor... ¡Ah, divina!»

Se puso a confirmarlo, mientras estaba meditando que no le habría citado sino para las tres, sino para antes, ni hubiese aceitado los goznes, recibiéndole en la seguridad y la impunidad del sueño de sus...

Y un ruido sin ruido, una angélica visión entre los vidrios que se abrían, cortáronle..., suspendiéronle la reflexión y el aliento. A la distante luz del farol de enfrente vió un desnudo brazo de nieve que empujaba la reja, un escote blanco mal envuelto... y un pie y una pierna sin media al borde del blanquísimo cendal... ¡Ella..., ella y en camisa!

— ¡Sube! ¡Salta! ¡Anda!... — le invitó una voz —. ¡Ya estaba acostada!

Subió. Saltó. Le empujó y guardó hacia la oscuridad interior con un brazo y con el cuerpo la hechicera virgen, suelta y tibia en su camisa perfumada..., y ni quiso dejarle el cuidado, al torpe temblor que ni se movía en la blandura de la alfombra, de cerrar la reja y los cristales. Con el otro brazo, ágil, firme, los cerró ella..., y desde la calle uno que pasó poco después no había visto en los grandes vidrios de una pieza de la