conviene que el público te vea hien..., y, sobre todo, tu... Ladi!
— ¡Mi Ladi!
— ¿Te asombra?... ¡Qué secreto lo tenías!... No obstante, desde que vas siendo célebre..., lo sabe medio Madrid. Hubo quien oyó anteanoche hablar a tu futuro suegro en el Casino.
— ¿El... lo ha dicho?
— Sí. Ayer tarde se comentó en el saloncillo, cuando tú saliste del teatro. Parece ser que se oponía, porque eras pobre, y que tenía encerrada a la muchacha..., y que ahora deja de oponerse, porque vas a ser un autor de porvenir... ¡Tú sabrás si es cierto todo eso!
Ricardo, mientras el amigo complaciente sacaba de un armario la levita, permaneció asombrado de la revelación. Concordaba, en efecto, con la extraña y breve esquela que acababa de recibir de Ladi, como un grito de liberación y de alegría, después de aquel horrible mes de silencio, después de aquel mes espantoso sin verla y sin poder saber de ella siquiera. ¡Ah, sus relaciones, tan llenas de paréntesis y de saltos imprevistos!, desde la luz a las tinieblas, desde las tinieblas a la luz! Decía la esquela:
«Me han soltado. Están contentos de ti. Esta noche iremos todos a tu estreno.»
Quiso saber, inquirir detalles, y no sabía más Rodríguez. En cambio, con la prisa del estreno, que iba a ser dentro de un rato, y en tanto el