acento extranjero, dulcísima la voz y amable.
— ¡Será muy difícil, ya lo creo!
— ¡Oh! Aquí en el suelo, no; se hace. Es que quieren que lo haga en panneau sobre Stern, que galopa muy alto.
— ¿Cómo?
— Corriendo encima del caballo.
— Pues te caerás. ¿Quién te coge a ti?
— Nadie. Voy de pie encima. ¿No me has visto en el circo?
Redobló hacia la niña su curiosidad. Se acordó de haber leído anuncios por las esquinas con la llegada de una compañía ecuestre.
— ¡Ah! ¿Tú eres titiritera, entonces?
— Acróbata y excéntrica musical — rectificó la niña con una suerte de ofendido orgullo.
Soltó las naranjas en el banco, se sentó al extremo y cogió la cítara.
— ¿Ves? Toco esto, y el violín, y el arpa, y en botellas y copas de agua. Hago el volteo también en mi jaca Káiser. Me llamo Elia Deval. Miss Elia. ¿Has visto los carteles? Pues... ¡yo soy!
Callaba Ricardo, admirado y un poco ahora con ganas de reír ante la nueva reverencia llena de cortesanía y de gracia que acompañó la chiquilla a su presentación. Lista, desenvuelta, tan rubia, tan rubia y linda, estábale haciendo recordar las princesitas encantadas de los cuentos que él leía. Y le parecía una mascarita miss Elia, una muñeca que se riese y que tuviese los ojos de