años que murió papá, y luego una tita mía, y hemos estado de luto. ¿Qué haces para que no se caigan las naranjas?
— ¡Cogerlas! Para aprender hay que acostumbrarse poco a poco.
— Si te viese aprendería. Le diré a mamá que me lleve al circo. ¿Vais a estar mucho?
— No sé.
— ¿Vives ahí en la fonda?
— Aquí vivo.
Tras una pausa, interrogó ella a su vez:
— Y tú, ¿qué eres?
— ¿Yo? — repuso el niño sonriendo —. Nada.
Sólo que en seguida sintió vergüenza, delante de una muchacha más pequeña que ya tenía una profesión, y queriendo, además corresponder a sus galanterías, puntualizó (con una modestia llena de arrogancias para el porvenir) que no era nada aún, pero que estudiaba y sería gobernador [1], como fué su padre. El señor cura, don Alberto, le daba lección en casa, pues aunque iba a examinarse de segundo curso en el Instituto, tenía matrícula de enseñanza libre. Por las tardes paseaba con el señor cura, y antes con la mamá y con la hermana, al machón de la fábrica de electricidad, o a la vía, donde hacían tijeras y sables aplastando alfileres al pasar el tren. Habían [2] estado cerca de cuatro años en su cortijo de El Galapagar, al morir su padre; mas tuvieron que venir para que fuese Petra al colegio de las monjas,