mamá de Aurora. Estaba también Josefina, aquella señorita alta y guapa, más joven que ninguna, y que le cargaba a él por sobona y besucona... ¡cogiéndole sin cesar sobre la falda para acariciarle igual que a una niña de seis años!
Por el llavero las veía y oía que le decía a su mamá doña Nieves:
— Tiene usted a la muchacha boba de puro no separársela de al lado... ¡y hay que vivir, querida! Serán indispensables en la aldea lutos de siete años; mas no aquí. Se ha metido usted a vieja antes de serlo. Quien se aísla de la sociedad, se olvida, y las amistades valen lo mismo que el dinero. ¡Cada cosa a su edad, amiga Luz! Así como así, ese chico que la ronda es lo más distinguido de la ciudad; una suerte para ella si llegase a casarse. ¡Déjesela a mi Aurora, que lo entiende!
Comprendió Rodrigo que estorbaría si entraba, que también doña Nieves le mandaría a jugar como otras veces. Se alejó en busca del ama Charo, para vestirse, llevando la sensación de que sobraba por todas partes dentro de su casa en cuanto iban estas gentes extrañas a apoderarse de las salas y los balcones y a hablar de cosas que ni le importaban, ni por último debía escuchar... A Josefina y doña Nieves, tan festejadas por los demás, no podía soportarlas Rodrigo. Diríase que habían venido a apoderarse de todo, a mandar en él, en su casa, en su hermana y en su madre.