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Página:Cuentos ingenuos.djvu/293

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VI


Sintió a la niña en su azotea y corrió a la tapia.

— Buenas tardes, Elia,

— Buenas tardes, Rodrigo.

Elia subía infaliblemente después de comer a cuidar los perros, los monos y las dos catalas. Rodrigo la vió ir a su oficio, de jaula en jaula, riñendo a Gut, que trepaba por la alambrera y no dejaba nada a los otros; acariciando a Molk, que gruñía y estiraba la cadena, moviendo la lanosa cola por plantarla las manazas en los hombros.

No la interrumpía Rodrigo hasta que ella distribuía los dos panes despedazados en su falda. La castigaría el clown de hacerlo mal... y ya en las tardes anteriores habíale contado Elia a su amiguito la crueldad con que la pegaban por cualquier cosa: cuando en los ensayos sobre su jaca andaban torpes, le tendían indiferentemente el látigo a la jaca o a ella... Y había llorado la pobrecilla refiriéndolo, haciendo llorar al niño también.

Otra tarde manifestó temores de no poder