de la azotea..., ¡él, que no le había dicho a nadie del mundo que soñaba con su linda amiguita por las noches!
— Está el sastre, y van a probarte un traje — respondió Gloria.
Añadiendo con burla:
— Puedes presentarle esta niña a tu mamá, que te admirará viendo cómo cazas por los tejados las amigas.
— ¿Quieres? — le preguntó a Elia Rodrigo, ingenuamente, sin notar que bromeaba la doncella.
¡Oh, no! Ya era tarde. Elia tendría que ir al circo para los ensayos: la reñirían luego, al saber que, sin permiso, había estado en casa extraña.
Se desternillaba Gloria de risa, sin perder ojo a la galantería con que el señorito llevó a la muchacha rubia de un lado a otro, escalera al hombro, para ayudarla a saltar las tapias.
Después bajaba bromeando con Rodrigo cruelmente, poniéndole de mal humor al darle la enhorabuena por la novia que se había echado al estilo de los gatos..., tan linda y que de tal modo entendía la conveniencia de permisos, según que hubiese de visitar por dentro o por las azoteas las casas de vecindad...
— Bueno, hombre; si hay cría, yo os ofrezco de padrino a Barbastristes. Cantará el Miarramamiau...