comparación, que este circo, por junto a cuya fachada vieja había pasado muchas veces, tuviera dentro un recinto capaz de contener tantos dorados, tantas luces y tanta gente que se reía en un escándalo de carcajadas a la vista de los clowns... Luego había verdaderas diversiones fuera de su casa. Luego Elia tenía razón, y el mundo de la alegría era más grande, más amplio que aquel mundo que él creyó reducido a sus sauces del islote, a su azotea con la vecindad de las cúpulas del Carmen y a sus paseos con el señor cura camino del Vivero.
Una despierta inquietud le hacía girar la cabeza con ojos investigadores, como quien iba aprendiendo a sospechar un misterio oculto en cada una de las insignificantes cosas. Y aunque no pensaba ya en los besos y la mentira de Josefina, dijérase que en la boca habíale ella infundido gran parte de su curiosidad esta noche. En la gloria de claridad vertida por los globos eléctricos y por las baterías de bombillas que, de columna a columna, recorrían la altura, veía los demás palcos como una orla movible de gasas y abanicos y trajes claros ciñendo la pista y los círculos de sillas de su alrededor. Detrás se agolpaban los espectadores en la valla que limitaba el paseo con la barrera blanca de la gradería, por cuya niebla de luz subían las filas de cabezas a perderse en multitud informe sobre el rojo sombrío del decorado.
Rodrigo lo miraba todo. Le atraían los saltos y