Halló desprovisto de interés, ni más ni menos que el público, extenuado bajo la pasada obsesión del imperio de un deseo, cuanto seguía del espectáculo. Hércules levantando pesas y doblando barras, caballos en libertad, un hombre que imitaba con perfección notable cantos de pájaros...
— «¿Por qué se quería ver el cuerpo de Armida? ¿Por qué habían sonado tantos besos en lo oscuro?»
Pero Josefina, más que nadie, se hallaba fatigada, inquieta. Ya antes había, hecho alguna indicación de cansancio.
Se le ocurrió algo de improviso, puesto que se levantaba.
— Ven, Rodrigo; llévame. Quiero saludar a la gobernadora... Un momento, ¿eh? — se disculpó con doña Luz —. Luego vuelvo.
Levantóse el niño. La siguió.
Pudo ella ir por la galería de los palcos, pero prefirió salir y dar la vuelta por el corredor desierto de fuera de la sala.