la revelación del gran misterio que había hervido algunas veces en la sangre del niño.
Pero quedaba hecha de un martillazo. De un modo brutal, forzado; ni siquiera con la violencia pasional que horas antes pudo surgir de otras reveladoras — dicha a besos entre los labios de una mujer hermosa, ni aun con la violencia de un cuerpo desnudo visto repentinamente entre disculpas de músicas y colores... Quedaba hecha con la violencia repugnantísima, canallesca y grosera de las palabras saltando en burla, en escarnio.
¡Por eso quedaba triste el niño sintiéndolo, pero sin comprender que le habían arrebatado de la vida un goce supremo e infinito de virginidad, a que le llevaban por poéticas e insensibles gradaciones para más tarde los ojos verdes de otra niña: ¡la Naturaleza!