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208 — Felipe Trigo

Además, se subía al techo por liso rincón de una pared, y apostó otra noche a que se tiraba por el puente... lo cual hubiese hecho si le dejan.

— Bueno, escucha, mira; tú, pues si es que quieres guerras y emociones, vete al moro, ¡qué contra!..., y nos dejas en paz con tus deseos.

Esto lo afirmó la prudencia de don Luis, hombre adinerado y tal cual supersticioso. Y como él, unos cuantos viejos, sin duda, quedáronse pidiendo a Dios que el conjuro del loco aquel no se efectuase.

El resto de la velada, a esta hora del bock de anochecer, y siempre la dirección de Athenógenes, fué, por los más resueltos, dedicada a idear colectivos planes de defensa en el caso de invasión de los bandidos, y proyectos de defensa personal, variados, según locomotase cada uno en auto, en carruaje, a caballo, en bicicleta.

Y a las seis, como sonaban las campanadas en el Carmen, llamando para la novena, el joven juez se levantó.

— ¿Vamos? — invitó a Teodoro y a Marcial.

— ¡Vamos! — respondieron éstos.

Y partieron, dejando sin su tono aristocrático a la sala del Casino.

Los viejos empezaron inmediatamente a bostezar y quejarse del reúma.

Dos jóvenes formaron su partida de ajedrez junto a la estufa, asistidos por tres más, de mirones.

— ¡Atiza esa lumbre, Quintín!