obligaba a besar, hasta cansarlos, los que llamaba ella «sus besos delegados»... Y lo más gracioso aún era que los pobres novios no tenían por qué tomarse la molestia de jactarse de estas... concesiones, porque se lo espetaba ella la primera a todo Cristo en las tertulias.
— ¿Comprendes, Athe — dijo ahora Marcial —, que Emeria nos resulte una extraña virtuosa muy terrible?... ¡Oh, sí, es una fresca... de pico! Nada la asusta: como a éste, que antes deseaba que viniesen ladrones. También ella, la otra noche, viende un Nuevo Mundo con el retrato de Trianero, que, como sabéis, es guapote y es el que aseguran que anda por aquí, soltó en casa de Margot y delante de todas las muchachas asustadas: «¡Ay, hijas, pues a mí no me importaba que me llevase este hombre!» Y señores, lo peor, ¡ved lo que son las mujeres cuando una hace la guía!..., lo peor es que acabaron la mayor parte por hallar elegante y fino al forajido... ¡Discusión de media hora contra mí y contra Vallés: se lo podéis preguntar!
— De modo — comentó Teodoro únicamente — que va a resultar que estamos todos deseando que vengan los ladrones... Sólo que yo, Marcial, no es... de pico, ni para que me lleven, sino para cargármelos si puedo.
— Hombre, ¡claro!, ni comparación...
Se oyó el Avemaría. La orquesta la preludiaba. Entráronse los tres.