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Lo Irreparable — 227

vista. Pero, de todas las maneras, qué raro es que te l'haigan dao a ti. ¿No había más quien lo trújese? ¿Y cómo estaba tú por la zuidad habiéndote dío par pueblo?

— ¡Pues ezo, zeñó Grabié!... Qu'es der pueblo er mandao; y de la guardia ceví, que jué a veme a la posá, con esto de los laironez... Aluego se conoce que recibión er telegrama anocheció; y zabiendo ya que yo zé aquí, por ajorrarse traelo, m'han buscao de propio... ¡Vaya zi no hay ziete leguas, que a poco me pierdo cien veces!

Hubo una pausa. Lo más difícil de la diplomática misión quedaba hecho. Se oyó al guarda conversar con su mujer, y luego la puerta.

— ¡Trá cá hombre! — pidió Gabriel, tomándole el papel al Rascao —. ¡Cuarquiá despierta al amo a estas horas.

El Trianero, el Obispo y el Raigón escucharon que Gabriel volvía a cerrar con llave; es decir, que aprisionaba a su mujer y a los chiquillos, suprimiéndoles unos más que atar si acudían al zafarrancho.

Los dejaron alejarse treinta pasos, y como sombras de la sombra, por detrás de la vivienda, tomaron la alameda, que seguía de cerca y paralelamente la ruta de los dos. No había sacado escopeta Gabriel. Bien calculado el momento, a distancia igual de ambas casas, desviáronse a su alcance, con mañas de lobo, de cancho en cancho y de matujo en matujo.