de haber visto su deshonra en todos los periódicos.
¡Oh, claro! Una virgen de quien dícese que no lo es..., un ángel de mujer que estima su honor más que la vida... y que no puede demostrarle que es calumnia, calumnia vil, a toda España, más que con una rectificación sin firma siquiera, sin fuerza.
¡Bien dados, aunque harto pocos, estaban los trompazos al corresponsal! Deploraba no haberle roto de veras las narices.
Y volvía a pensar en Margot, que lloraría, que lloraría..., víctima de un mentecato que quiso darse tono telegrafiando sandeces.
¡Pobre Margot!
Fumaba, paseaba, y otras veces, figurándosela a través de la pared en los brazos de su madre, no podía dejar de figurársela también en el lecho del cortijo, visto por él en el horrendo [1] desorden que conservó por la mañana..., cortadas y anudadas aún a los barrotes del lecho las cuerdas..., lecho de castidad para los ensueños de un ángel... y que..., tal vez, sobre el ángel tornó un macabro asesino en revolcadero de impudicia...
Esto le partía el corazón, tal que si él hubiera asistido a la escena y el feroz criminal hubiérale dejado en el corazón el cuchillo al entregarse a la hazaña repugnante.
Esto, cual si él, de pie, inmóvil por terrible sortilegio, conservase todavía el cuchillo y fuese eterna
- ↑ honrrendo en el texto original.