hojas asómase en silencio la hoja de un cuchillo y la espantosa cabeza de un ladrón.
Un grito, otros gritos fuera, de la madre, de su padre...; más gritos abajo, por la casa entera, llena de bandidos..., y la infeliz se desmaya... ¡Sí, fueron simultáneos los gritos, según las declaraciones! ¿Por qué tenía él datos tan exactos para reconstituir todo esto...? Y Athenógenes, el juez hombre aquí y con casi una lágrima en los ojos, con la indignación y la ira en el pecho, seguía forjándose la visión tremenda en la parte también que todos tal vez le callaban... El asesino la ató, primero, los brazos y los hombros; luego, los pies..., y al descubrirla..., al tocar con sus manotas coriáceas la carne blanca, la carne pura de la virgen...; al contemplar brutal la hermosa desnudez de la pobre desmayada..., debió de fulgurar en sus ojos la codicia y en su boca sucia un beso... Al poco rato, Margot, la pureza, la hermosura entera de Margot, despertaría del desmayo, de miedo bajo el peso de la bestia... ¡Despertaría ahogada por las barbas, por el monstruo horrible y repulsivo, por el contacto brutal que haría volver en sí de no importa qué desmayos de horror a toda honesta..., y, tras breve lucha de indignación y de locura, volvería a caer inerte en otro más hondo desmayo, en que al espanto se juntasen el asco y la ignominia y la vergüenza de quien va a morir en un doble e inmundo asesinato... de la honra y de la vida.
Que esto debió así suceder y no en orgía de