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Página:Cuentos ingenuos.djvu/388

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256 — Felipe Trigo

impresión de esta verdad, tan absurda como innegable y formidable, él, que, como buen hombre de orden y como excelente abogado, era un casuísta, tuvo consigo propio que convenir en que había elegido a Margot, al llegar a esta ciudad, con propósitos de boda, no porque fuese la más bella de todas las muchachas ni porque fuese la más buena, aunque, al fin, esto hubiese resultado, sino por ser la más rica. Emeria, por ejemplo, superaba en perfección de cara a Margot, y aun más linda que Emeria, indiscutiblemente, era Paquita (beldad como de postal), la hija del humilde escribano de actuaciones.

Claro estaba que no podían en su elección tampoco reprocharse violentas concesiones de fealdad, porque Margot distaba más que mucho de no ser una mujer encantadora, y bien claro veía al mismo tiempo que el factor de su riqueza fué tomado en cuenta por una suerte de afinidad de rango..., por una indudable caballerosa idea de ennoblecer más sus prestigios, si cabía, con el fausto que da siempre la desahogada posición. ¡Culto exterior de otro culto interno de hidalguías! Pero por lo mismo, si una obligación de caballero hízole atender a tal nobleza, dominándole hasta los locos impulsos libres del corazón, otra obligación de caballero imponíale ahora el caso de aceptar o no aceptar lo que pudiera convertírsele en oprobio.

¡Ah, si las rígidas delicadezas de su respetabilidad, de su alta educación, no le impidiesen a