la postura; en los paseos estaría de pie y molesto; en el paraíso... ¡nada de paraísos!
Y nada de conciertos ni de músicas. La música miente, me diría dulzuras, llevaría mi pensamiento a lo que no puede existir. ¿Un mundo desavenido con la última nota? ¿Un ángel vuelto a caer al pisar la calle? Jamás. Prefiero seguir en la realidad.
Adelante. Arriba, arriba calle de Alcalá. La realidad puede ser un teatro cualquiera, de telón afuera o de telón adentro. Sólo que en la sala seguramente no me importaría lo que pasara en la escena. El colmo. Buscar interés por un espejo a lo que en sí mismo no interesa nada. Desde una butaca no sabría esta tarde si el drama o la comedia estaba delante de mí o alrededor mío o... dentro de mi alma.
Alma. ¿Habré dicho una barbaridad?
— Una limosna al ciego.
— Toma.
— Dios se lo pague.
— Bueno. Pero te advierto que son dos pesetas... por si eres ciego.
No es limosna. Es que doy el dinero que me hubiese costado no divertirme en el teatro. Gano todavía y ese infeliz me da las gracias. ¡Estúpido!
El sol, rasando sus rayos desde el tejado de la Equitativa, envuelve en polvo de luz la calle. Maldito si veo a nadie de tanta gente como