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Página:Cuentos ingenuos.djvu/62

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60 — Felipe Trigo

tropiezo... Siempre es un favor. Señoras en silueta, amigos al traslumbre... y yo, sombrero a los ojos y hala, hala... Vuelvo la cabeza y veo a la señora de un amigo. Pero por la espalda. ¡Qué historia me recuerda! Ella lo quiso. Punzante, casi dulce, breve. Un epigrama. Una instantánea.

Bien ¿y qué? Maisón Dorée. ¿Qué adelanto con entrar? Café. Mis terrones y mi sitio. Conocidos, todo mi círculo. Poetas y autores, políticos, novelistas, empleados y periodistas sin empleo, un pintor, celos, mentiras en circulación, la farsa, lo de siempre... Además, que sería una lástima callarlos si me están poniendo como un trapo. Volveré. Hay tiempo de cobrarse. Yo suelo quedarme de los últimos...

Pero ¿este dinero?...

¡Ah, ya encontré mi diversión!

— ¡Cochero!

— Señor.

— Al campo, al aire, al sol...

— Se está poniendo.

— No importa. Llévame adonde quieras, aunque no haya nadie, con tal que haya callos y vino. De prisa. Revienta el jaco, porque me da igual llegar en diez minutos o a media noche. Lo importante es ir de prisa.

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