carcajada, a un tiempo medrosa y atrevida, roja como una grana, se acercó a él, soltó el covanillo, y clavando los ojos en el suelo, exclamó casi sin voz:
— Yo... soy la novia de Chuco.
El señorito Luis había soltado los pinceles y miraba con sorpresa a la recién llegada.
— ¡De Chuco...! ¿Qué Chuco, hija? — preguntó en el colmo de la extrañeza.
No conocía a Juana, que habitaba en el cortijo las dependencias de la servidumbre.
— De Chuco el cabrero..., del que usted pintó ayer en la sierra de la ermita — añadió Juana.
— ¡Aguarda! ¡Conque tú eres,..! Pues tiene Chuco una novia como una perla — murmuró el joven sonriendo —. Bueno, mujer; tú dirás lo que deseas.
Al escuchar Juana el elogio, levantó la mirada hacia el señorito Luis... y la bajo viendo que sus ojos derramaban sobre ella un incendio. Sin embargo, aquella flor y aquella jovialidad diéronla alientos para continuar:
— Sí, me lo dijo. Por eso me pidió un retrato para dejártelo. ¿No te lo ha dado?
— Vélaqui usté; me lo ha dao ahora que me encontró cuando iba yo por uvas a la viña; y dijo que viniera al vuelo en busca de usté... porque me hizo la cruz para no dirse más que