que su destino era morir, las alforjas sobre el lomo, durante el cotidiano trajín.
Como la providencia es maternal y a toda cuita da su alivio, sucedió que Job fué jubilado en repentino ablandamiento sentimental del amo. Era tiempo. Catorce años de trabajo asiduo, del alba al crepúsculo, bien merecían recompensa. Job se la ganó honradamente con abundante sudor de sus costillas.
Libre ya de penurias, nuestro peludo héroe fué llevado al potrero, donde serpenteaba cual rayo de luna, un despreocupado hilo de agua.
Verdino estaba el campo, mansa la pradera, y extendido manto de sedas flotaba en las faldas de la montaña.
Job abría grandes las fosas nasales, resoplando sobre las yerbas, aspirando sus frescuras.
Sus orejas se movían a impulsos de graciosos gestos, que él hacía para percibir mejor las notas bulliciosas de los miles de insectos que amenizan la gran fiesta estival.