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Su hocico iba de un lado a otro, voluptuoso de golosinas vegetales, mordiendo sin método toda clase de malezas sabrosas.

Por fin se regalaba a gusto después de una vida de privaciones. Entre tanto halago recordaba el infeliz su juventud. "¿Fué acaso juventud la mía?", se preguntaba.

Nació hermoso. El cuerpecillo cubierto de rizada piel plateada, vacilaba sobre las delgadas patas.

Largas, derechas, las orejas amenazaban tocar los cuernos de la luna. Asi se lo decía su honesta madre, una paciente burra de noria, en tanto que amorosa hacía el aseo del hijo, lamiéndolo tiernamente.

Cuando Job pudo comer cascaras de patata, corteza de melones y otras blandas cosillas, brutales los arrieros arrancáronlo de la protección materna, y sin consultar su vocación, le pusieron al trabajo.