virtió que su corazón se abría dulcemente al amor; también los asnos tienen corazón.
La silueta robusta de una hermosa yegua baya que pacía en los alrededores del establo, turbó su tranquilidad.
Espontáneo, lleno de entusiasmo acercóse el inexperto jumento al objeto de su inquietud y puso a sus patas la ofrenda de pasión. Más le valiera haber guardado su entusiasmo. ¡Infeliz Job! Como recompensa recibió un par de coces, viniendo a amargar sus recien nacidas tribulaciones, los rebuznos de insolente regocijo con que acojieron tan celebrado gesto los gaznápiros del corralón.
Desde entonces, el desengañado burro escondió sus sentimientos, dedicándose a rumiarlos tristemente, mientras hacía el camino desde el trillo al granero y desde el granero al trillo. Todo a su alrededor predicábale esperanzas. La campiña luminosa, inmenso racimo de