En su joven seso, no concebía Job seres desalmados. —¿Por qué podían ellos existir si él era resignado y ante todas las vilezas doblaba su larga cabeza gris?
Pero había hombres crueles, pues él sentía que cargaban sus ancas con pesos que su cuerpecito endeble, de tierno pollino, apenas podía resistir.
Sufría mucho. Llenaban el corralón sus rebuznos doloridos. ¿Mas quién prestaría atención a un burro?
Al cabo del primer año de trabajo, su conducta obediente llamó la atención del mayordomo de la granja, y éste bautizólo, irónicamente con el nombre de Job.
También recordaba el cuadrúpedo las bromas de sus compañeros de establo; amargo sabor subía a su gaznate, volviéndole incomibles las jugosas verduras.
Una noche, después de rudo trabajar, ad-