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roso de soñar... Y sucedió que una de esas tardes de vagabundaje, vínole repentino deseo de aventura y echando la pena al lomo, salió a recorrer desconocidos senderos, sin volver la vista hacia atrás.

Caminaba deteniéndose a trechos, para ramonear en uno que otro árbol del sendero que tentaba con sus delicados cogollos su apetito de viejo. Perezosamente recorría un trayecto que lo llevaría no sabía adonde.

Después de mucho vagar, llamó su atención un punto que azuleaba sobresaliendo de los incipientes sembrados, y que se balanceaba donairoso al soplo del viento.

—¿Qué será aquello tan hermoso? –se decía Job— jamás he visto algo dé igual belleza en la granja del amo.

Pausado el tranco, fuése allegando cautelosamente, temeroso de que el apunto azul desapareciese.