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—¿Será un pajarillo —pensaba— o será una flor?

Job tenía sus recelos al aproximarse, pues una vez quizo demostrar su gran admiración a una rosa y dióle un beso. Torpe debió ser la caricia, pues la flor, como creyéndose atacada, clavóle sin piedad en el hocico, su puñal de espinas.

Desconfiado, sigiloso, acercóse Job a la arrogante mata que mantenía erguido a los vientos el objeto azul que despertara su codicia.

Una gutural expresión de asombro escapó de su tragadero. ¿Estaría soñando? Si, aquello era un cardo de corazón azul.

Haciendo memoria, recordó nuestro burro la superficie del aljibe que, durante el día, mostraba en su espejo igual colorido al de la flor; color que según oyó decir cierto día a su arriero, era reflejo del cielo. Y el pobrecillo Job, que no sabía de latines ni entendía de cielo, creyó que un pedazo de ese cielo había caído para formar corazón a la flor.