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Y los días pasaban, rápidos cual flechas a través de rayos lunares. Y así transcurrió un año.

Caperucita seguía cantando; pero un oído que fuese atento habría notado la tristeza de esas canciones. Además, la niña palidecía.

¿Qué tenía la dulce Caperucita? Ah! estaba enferma de ese terrible mal cuyo verdugo mata martirizando lentamente con sus garras sedosas y finas.

Caperucita amaba...

Y fué una noche, una noche de viento, de obscuridad, de tormenta, cuando la niña aprovechando el sueño de la madre abandonó el hogar, sin un gesto de piedad para ese inmenso dolor que dejaba dormido confiadamente.

El lobo la había hechizado hasta hacerla olvidar los más sagrados sentimientos.

La madre enloqueció dé pesar al verse impotente para encontrar el perdido tesoro.

¿Y ella? —me dirán ustedes.— ¿Ella, qué fué de la pobre Caperucita?