Ajustaban sus pantorrillas pantalones angostos, como cosidos en las piernas, y desde el cuello hasta las rodillas colgaba el clásico poncho chileno. Los botines amarillos, con tacones altos y puntiagudos, tenían la forma de una pequeña barca de río. Adheridas al calzado, dos espuelas con grandes rodajas de plata, imitaban dos estrellas.
El sombrero de alas anchas y copa en forma de pan de azúcar, no tenía otro adorno que un cordón rojo con dos borlas y un barboquejo anudado bajo las mandíbulas.
—Buenas noches mis señoras, pasen ustedes, que yo muy contento de tenerlas por acá.
—¡Oye Matea! —gritaba para los interiores de la casuca;— aquí está la comaire con las amitas. A traer panecillos frescos y carbón para avivar el fuego del brasero.
Después que Matea pasaba un trapo sobre los asientos, unas banquetitas de bejuco, blandas